miércoles, 1 de abril de 2009

Las Cronicas del Panda: El vuelo de chino Franco, la familia unida


Luego de mucho deambular, estoy por fin aquí, en los Estados Unidos. Mis primeras impresiones… fueron dactilares, me las tomaron con sillao… No, fuera de bromas, ha sido un tiempo que oscilaba entre la paciencia y la desesperación, o paz con angustia; angustia silente por poder no estar en estados Unidos, sino junto a mi amada esposa, a quien no veía desde noviembre del año pasado.
La línea aérea no fue de lo mejor; en viajes previos, he sido acostumbrado a un refrigerio en el avión, en esta no hubo cena (viajé a las 2305), no hubo desayuno (llegué a Miami a las 0600)… ni siquiera un caramelo chupado. Los pocos dólares que llevé, los usé en el impuesto de salida, a pesar de que en la aerolínea me juraron que el impuesto ya estaba pagado, así que los invertí en la salida. En el avión, todo lo que era de comer o beber, se pagaba, y claro, ya no tenía, así que ante un ayuno forzado, una oración de gratitud durante todo el viaje… y los asientos no eran reclinables, así que me sentí como en una combi, pero con alas, así que no fue muy diferente del transporte público de Lima, cuando se oye una indicación al conductor de “¡pisa, pisa!”, sólo que este viaje ha sido el más largo en combi que hasta ahora he experimentado.

Llegado a Miami, tenía un vuelo de conexión a Washington DCA, que era las 0705, por lo cual, apenas el avión pisó tierra, traté de apurar el paso. La sorpresa me la dio una agente de la aerolínea, que me dijo que ni me apresurara, porque el vuelo ya lo tenía perdido, dado que en la oficina de inmigraciones me iba a demorar cerca de dos a tres horas… ¡Vaya paz que infundían esas palabras! Sin un dólar en el bolsillo, y con un boleto que se perdió, me quedaría en Miami, sin saber a dónde ir siquiera… En fin, estar en la oficina de inmigraciones, no me permitió pensar en todo ello, aunque la espera fue larga. Pude ver por la ventana, como la noche oscura, era desplazada por la irrupción de la luz del sol levantándose de mañana. Afortunadamente llevé mis lentes con parasol, el sol desde esas latitudes se siente tan intenso como el sol serrano que se levanta más imponente que los mismos apus, cual reminiscencia de un Wiracocha sobre toda la demás creación cercana a nosotros.
Con los oficiales de inmigración no tuve mayores problemas salvo el tiempo y sus chistes americanos, sin mucho gusto para mi, como preguntarme de entrada, luego de saber mi apellido si es que yo tenía algún restaurante… lo entendí y le contesté amablemente que no, pero no me gustó, además que al saber que me dedico a la docencia, contó un chiste muy pero MUY malo sobre el trabajo de un profesor. Punto aparte, fue bastante amable, pero como humorista, yo no lo contrato.
Al salir de la oficina de inmigraciones, ya con mi sello de residencia, el cual me obliga a permanecer en el país del norte hasta la obtención de mi tarjeta de residente, más conocida como “green card” y validarla, léase, haberme quedado por lo menos un mes en estados Unidos ya conla green card, salí para la revisión de mi equipaje, ya se imagina, soy un peruano que viene al país del tío Sam, así que algo podría traficar, a lo cual respondí afirmativamente, pues llevaba quesos a pedido, ropa para venta, joyas de bijoutería y de oro de 14K (aquí no existe el oro de 18K y mucho menos el de 24K), así que estaba hecho todo un burrier. Bueno, luego de revisar los quesos, de los cuales siempre sospechan que puedan traer “agregados”, pasé ya al interior del aeropuerto de Fort Lauderdale. NI idea de por dónde, pero aparecí por donde se toman los buses, o sea, lugar equivocado, porque tenía que buscar oficinas de aerolínea, no estaciones terrestres.
Logré ubicar la aerolínea, menos mal que este hijo de Cervantes también leyó a Shakespeare, y con ese idioma prestadito pude hacerme entender; siempre pensé que yo no tendría problemas con el idioma inglés, antes bien, serían los que hablan inglés quienes tendrían problemas.
Logré hacerme entender (y sigo perfectamente convencido que sólo Dios pudo crear sistemas lingüísticos tan coherentes, que ningún proyecto humano de elaborar una lengua única se le puede igualar) y embarqué mi maleta grande para que viaje a Washington DC; me indicaron también que vaya a la puerta de embarque H4, a la cual me dirigí, luego de algunos extravíos de mi parte, pero logré llegar, ya eran las 0930 y bueno, leyendo algunas pantallas, me percaté que el vuelo hacia la capital norteamericana sería a las 1320, así que allí estaba yo, atrapado sin un dólar en el bolsillo y con una espera de cerca de 4 horas, sin contar las que estuve en la Oficina de Inmigraciones. No se me ocurrió mejor idea que intentar comunicarme con la familia, claro tratar de usar el sistema de llamada por cobrar (collect)… y ¿a qué no saben? Lo logré. Pude llamar a mi concuñada, la esposa del hermano de mi esposa, a quien le dí cuenta rápida de la situación; claro, luego me enteré que esa bendita llamada costó $10.00), que perdí el vuelo y que trataría de ir en el siguiente vuelo (sobre el cual no tenía nada seguro aún). Luego de la llamada, me quedaba un tiempo largo de espera y nada qué comer o beber, así que no se me ocurrió mejor idea que intentar descansar un poco, dado que toda esta situación, nueva para mi, fue agotadora.
Logré dormir un poco, no tanto, porque me encontraba con las pocas pertenencias mías en un lugar extraño y por ahora poco confiable, rodeado de personas qe para mi eran de procedencia desconocida, así que logré “marmotear” un poco. Desperté luego, estiré las piernas, el tiempo psicológico parecía haberse detenido para tomarme alguna instantánea eterna, porque la espera se me hizo insoportable, pero de otro lado, era lo que tenía que pasar, así que ni consideré la idea de renegar, total, ya es bastante la sola idea de reencontrarme con mi esposa, y ese sueño, cercano a convertirse en realidad era más que suficiente como para mantenerme de buen ánimo.
Llegó el momento de abordar el vuelo, siempre por la misma aerolínea. Presenté mi boleto y sin mayor papeleo ingresé al avión y procedí a instalarme en algún asiento, pero antes que pudiera realmente respirar tranquilo, me llamaron a salir con mi equipaje de mano; por supuesto que me desconcertó.
Bajé del avión y claro que pedí una explicación, a lo cual me dijeron que no era mi vuelo, que mi vuelo lo había perdido y que no debía subir a este vuelo… ¡vaya lío! Perdí mi vuelo original contra mi voluntad y ahora no podía abordar este.
Mantuve la calma, porque desesperarme no era la mejor inversión dada mi precaria situación, le expliqué que perdí el vuelo por el asunto de migraciones, y luego apareció el supervisor para confirmar mi versión y agregar que no debían haberme bajado, antes bien era por esta situación que el avión no lograba despegar.
Subí nuevamente al avión, claro, con un respiro tremendo dentro de mi, además que me pidieron disculpas por este impase. Al verme subir de nuevo mi equipaje de mano a las cabinas para ello, la misma aeromoza me comentó que yo era muy fuerte porque subí mi equipaje, bajé mi equipaje, lo volví a subir, en fin, dentro de sus bromas, sentí amabilidad, como para reanimarme.
No hubo tampoco bebidas o algún bocado, pero me sentí tranquilo, ya pienso que había pasado la parte más tensa. Esta vez, el viaje duró cerca de dos horas. Simplemente oré para poder reencontrarme pronto con mi esposa… ¿cómo estaría ella? ¿Se habría hecho algún cambio de look? ¿Habrá bajado de peso? ¿Se habrá teñido el cabello? Tantas preguntas que rodeaban mi cabeza pero sobretodo terminaban rondando a mi esposa, a quien extrañaba de maneras superlativas. Debo confesar que este tiempo de separación ha sido demasiado duro, he tratado de llevar mi trabajo y ministerio con el profesionalismo del caso, pero no tenía con quien compartir mi vida. Tal vez este párrafo, más que tratar de un episodio del viaje, se trate de mis memorias afectivas; llevar adelante el festival en honor al vals peruano, sin ella, no tenía el sabor que hubiera deseado tener sin el apoyo de mi esposa, asimismo los servicios dominicales, así como el culto navideño y los de acción de gracias, ni el de fin de año. Fui prisionero de mi corazón en esas fechas, quedándome en casa cuidando de mi mascota, porque a ella le afectan mucho los fuegos artificiales, por lo que rechacé las gentiles invitaciones que recibí, pero traté de no malograrle la fiesta a quienes querían celebrar, porque mi corazón no estaba muy dispuesto a ver felicidad sin mi esposa a mi lado. No tuve vacaciones como las hubiera planeado, porque no tenía con quién compartir ese tiempo de descanso, por lo que me mantuve activo en el ministerio de manera más activa.
En todas esas cosas pensaba mientras observaba las nubes cruzar, todas esas cavilaciones se disiparon cuando logré divisar los edificios de la capital norteamericana, indicador más que suficiente como para decir a mi conciencia que el tiempo de espera, la etapa de separación llegaba a su fin.
Bajé del avión, fui a la banda a recoger mi equipaje, y luego esperé, la parte extra fue que mi familia, por la descoordinación del caso no llegaba. Claro, la sed y el hambre eran grandes, más de 15 horas sin probar bocado o beber agua. Intenté realizar otra llamada por collect pero no llegó a realizarse la conexión. Entraba y salía del área de espera, pero sin el resultado esperado.
Pasada más o menos una hora, logré divisar a la mujer más bella del planeta, la figura que cautivó mi vista y mi corazón. Tenía un aspecto diferente, pero indiscutiblemente se trataba de ella: María, mi esposa. Radiante, con un cabello con iluminaciones, jovial, con esa mirada fresca, que luego de verme, me quitó toda sensación de sed o hambre… Sí, era María Velásquez, mi esposa. La espera, la distancia y la separación habían terminado.
Nos encontramos, nos abrazamos, el tiempo se detuvo, posiblemente el espacio también se detuvo, esos dos elementos que por mucho dejamos que rijan nuestra vida, dejaron de tener importancia, al menos en ese instante, no sé si efímero, pero sí maravilloso.

Llegamos a casa burlando una hora punta, mi concuñada tomó una ruta alterna que dejó atrás todo ese tránsito atorado. La ruta sirvió para mostrarme mucho del panorama entre Washington y Virginia. Como buen limeño que nací y crecí en una selva de concreto, ver ese nuevo aspecto de una ciudad nueva para mi fue impactante. Claro, hubiera sido mucho mayor mi impresión si hubiera estado sin el agotamiento físico y psíquico de todo lo anterior, pero aún así, fue muy bonito.
Llegados a casa, el recibimiento fue como siempre lo deseé, nada de ostentación, simplemente ver una reunión familiar, una cena, muy bien recibida por mi estómago pero sobretodo, ver y sentir ese calor familiar, al cual ya me había desacostumbrado, pero que siempre extrañé, aún desde mi adolescencia.
Por ahora, estoy adaptándome a este nuevo modo de vida, y las páginas no se quedarán en blanco, pero siempre estarán esperando, siempre bajo la guía de Dios.
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Experiencia de vida de mi amigo Franco Ikebata.. ahora en usa, te extrañaremos chino...
(el panda soy yo)

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